Crítica del Arte Revolucionario: Trotsky, Benjamin, Adorno y Greenberg
For the English original, read here. Translator Alberto Lema Casa.
Presentación en la conferencia 2020 en Chicago de la College Art Association (CAA) como parte del panel «Another Revolution: Artistic Contributions to Building New Worlds 1910-30 (Part 1)» [«Otra revolución: contribuciones artísticas para construir nuevos mundos 1910-30 (Parte 1)»] con la participación de Aglaya K. Glebova, Florian Grosser y Mónica C. Bravo.
El libro del líder revolucionario ruso León Trotsky Literatura y revolución (1923) y su crítica de las afirmaciones del arte «revolucionario» de su tiempo fue fundamental para el pensamiento ulterior de los críticos marxistas del arte modernista: Walter Benjamin, Theodor Adorno y Clement Greenberg, quienes trataron al arte social y políticamente comprometido como variedades del modernismo, sujeto a las mismas contradicciones del arte burgués en el capitalismo. Estos críticos hallaron inspiración en Trotsky, en su enfoque marxista de la historia en el capitalismo, y en particular en su afirmación, apoyándose en Marx, Engels, Rosa Luxemburgo y Lenin, entre otros, de que la transición más allá del capitalismo empieza solamente mucho después de la revolución, y que ni la política revolucionaria ni la ostensible «cultura revolucionaria» prefiguran en realidad una sociedad y cultura verdaderamente socialistas o comunistas sino que únicamente exhiben las contradicciones del capitalismo en un grado más agudo. Además, el modernismo tomado como síntoma patológico del capitalismo no ejemplificaba una cultura propia sino sólo una crisis de la cultura burguesa que no era un modelo para una futura cultura emancipada. Cuando mucho era meramente una limitada y distorsionada, así como fragmentaria e incompleta, proyección del capitalismo que era auténtica únicamente en tanto que modelo de su momento histórico específico.
La historia del marxismo es contemporánea, y paralela, a la historia del modernismo en el arte. Charles Baudelaire, quien acuñó el término «modernidad», refiriéndose específicamente al siglo XIX, e inició el modernismo tanto en la práctica artística como en la teoría, es, como Marx, una figura de las circunstancias de 1848. El modernismo en el arte surgió alrededor de esta crisis central del siglo XIX, es decir el capitalismo resultante de la Revolución Industrial.
Sin embargo, la relación entre modernismo y marxismo era tensa en potencia. En el periodo subsiguiente a la ola revolucionaria posterior a la Primera Guerra Mundial, el marxismo se volvió generalmente hostil al modernismo, describiéndolo como decadencia burguesa: un síntoma de la decadencia de la sociedad y cultura burguesas dentro del capitalismo. El marxismo anterior a la Primera Guerra Mundial presentaba una estimación similar de la cultura del capitalismo avanzado, pero menos sencillamente despectiva que la inapelable condena por parte del realismo socialista represivo estalinista vista en la década de 1930 y más adelante. El estalinismo consideraba al modernismo como formalista e individualista, y terminó erigiendo contra este un arte burgués anterior como estándar «realista socialista» y humanista.
León Trotsky, uno de los líderes centrales de la Revolución Rusa de 1917, fue un marxista, como el mismo Lenin, cuya sensibilidad se formó en la era anterior a la Primera Guerra Mundial. Llamado a tomar parte en los debates dentro del Partido Comunista sobre el patrocinio estatal del arte en la Unión Soviética, Trotsky redactó su libro Literatura y Revolución, el cual buscó aclarar la actitud marxista respecto al arte moderno, en especial el presumiblemente revolucionario e incluso supuestamente «proletario». Trotsky fue inequívoco con respecto a que no había ni podría haber arte proletario, sino solamente arte burgués producido por la clase trabajadora. Esto se debe al hecho de que, como marxista, los términos «burgués» y «proletario» no eran categorías sociológicas sino históricas. Para el marxismo, la sociedad y cultura burguesas habían sido proletarizadas en la Revolución Industrial. Esto, sin embargo, no condujo a una sociedad y cultura nuevas. Al contrario, la sociedad y cultura burguesas proletarizadas entraron en crisis: exhibiendo contradicciones (a diferencia de la sociedad y cultura burguesas que surgieron de la civilización medieval en el Renacimiento).
El arte y la cultura social burguesas de la crisis del capitalismo, como su economía y política, demandaban la conquista del socialismo. Era este el interés proletario en el arte moderno: la auténtica democratización de la cultura y el arte que el capitalismo hizo posible y que al mismo tiempo restringió, dando lugar únicamente a distorsionadas expresiones de posibilidad y potencial. El arte modernista para Trotsky no podía ser considerado como una nueva cultura sino más bien como una expresión de la tarea y demanda de trascender la sociedad y cultura burguesas.
Este es el valor del arte como fin en sí mismo, tomándose a sí mismo como su propio fin o propósito. De ahí que l’art pour l’art, el arte por el arte, es una expresión de libertad, tanto en la emancipación burguesa de la producción por sí misma como en el valor humanista de la vida en sí misma. Un valor desconocido para la cultura tradicional, la cual elevaba la moralidad sobre la vida y subordinaba la producción estética a valores comunitarios rituales o de culto.
Esto significó que la historia de la sociedad, incluida su transformación en la emancipación y crisis burguesas del capitalismo, podría encontrar expresión en la historia del arte. El enfoque marxista del arte es, por lo tanto, principalmente de carácter histórico.
Más tarde, hacia el fin de su vida, en 1938, una década y media después de Literatura y revolución, Trotsky escribió una serie de cartas dirigidas a la revista estadounidense Partisan Review, en la cual el crítico de arte y literatura Clement Greenberg publicó por vez primera. En sus cartas sobre «Arte y política en nuestra época», Trotsky describió esta relación de la siguiente forma (por favor permítaseme citar a Trotsky con cierta liberalidad, pues en pocos párrafos resume muy bien la actitud del marxismo frente al arte):
[...]. La tarea de esta carta es la de plantear correctamente la pregunta.
De manera general, el arte es una expresión de la necesidad del hombre de una vida armoniosa y completa, es decir, su necesidad de aquellos grandes beneficios que una sociedad de clases le ha privado. Es por esto que una protesta contra la realidad, sea consciente o inconsciente, activa o pasiva, optimista o pesimista, siempre forma parte de una obra verdaderamente creativa. Toda nueva tendencia en el arte ha empezado con rebelión […].
El declive de la sociedad burguesa implica una intolerable exacerbación de las contradicciones sociales, que se transforman inevitablemente en contradicciones personales, provocando así una necesidad cada vez más aguda de un arte emancipador. Además, un capitalismo en decadencia se encuentra ya completamente incapaz de ofrecer las condiciones mínimas para el desarrollo de tendencias en el arte que correspondan, por poco que sea, a nuestra época. Teme de manera supersticiosa cada nueva palabra, puesto que ya no es un asunto de correcciones y reformas del capitalismo, sino uno de vida o muerte. Las masas oprimidas viven su propia vida. La bohemia ofrece una base social demasiado limitada. Es por esto que nuevas tendencias toman un carácter cada vez más violento, alternando entre la esperanza y la desesperación. Las escuelas artísticas de las últimas décadas —cubismo, futurismo, dadaísmo, surrealismo— se suceden sin llegar a alcanzar un desarrollo completo. El arte, la parte más compleja de la cultura, la más sensible y a la vez la menos protegida, es la que más padece por el declive y decadencia de la sociedad burguesa.
Hallar una solución a este impase a través del arte mismo es imposible. Es una crisis que toca a toda la cultura, empezando por su base económica y terminando en las esferas más altas de la ideología. El arte no puede escapar de la crisis, tampoco puede separarse. El arte no puede salvarse a sí mismo. Se pudrirá inevitablemente […] a menos que la sociedad del presente sea capaz de reconstruirse a sí misma. Esta tarea es esencialmente de carácter revolucionario. Por estas razones, la función del arte en nuestra época está determinada por su relación con la revolución. [...]
La verdadera crisis de la civilización es sobre todo la crisis del mando revolucionario. El estalinismo es el elemento reaccionario más grande en esta crisis. Sin una nueva bandera y un nuevo programa es imposible crear una base de masas revolucionaria; en consecuencia, es imposible rescatar a la sociedad de su dilema. Pero un partido verdaderamente revolucionario no es capaz ni tiene la voluntad de asumir la tarea de «dirigir» y aún menos de dominar el arte, ni antes ni después de la conquista del poder. [...] El arte, como la ciencia, no sólo no busca órdenes sino que, por su propia esencia, no puede tolerarlas. La creación artística tiene sus leyes (incluso cuando sirve de manera consciente a un movimiento social). La creación verdaderamente intelectual es incompatible con la mentira, la hipocresía y el espíritu de conformidad. El arte puede convertirse en un sólido aliado de la revolución solamente en la medida en que permanezca fiel a sí mismo. Poetas, pintores, escultores y músicos encontrarán ellos mismos sus propios enfoques y métodos, si la lucha por la libertad de las clases y pueblos oprimidos dispersa las nubes del escepticismo y del pesimismo que cubren el horizonte de la humanidad. [1]
Hay varias ideas clave que deben observarse aquí. Para empezar, que Trotsky, es decir, el marxismo, no busca dar una respuesta sino plantear correctamente la pregunta de la relación del arte con la política en el capitalismo y con cualquier lucha por el socialismo; no es prescriptivo de una solución, sino diagnóstico de un problema. Que el arte es una «protesta contra la realidad», sin importar que sea «consciente o inconsciente, […] optimista o pesimista», sigue siendo una «protesta», o que exprese «esperanza» o «desesperación» (una proposición bastante peculiar que no se aplicaría al arte antes del capitalismo, o antes del modernismo). De manera proverbial, Adorno caracterizó el arte como la «expresión del sufrimiento», la cual es también una descripción específica de la historia del arte en el capitalismo. Y que el arte no puede salvar a la sociedad, como aseguraron los revolucionarios bohemios culturales modernistas de la época revolucionaria rusa. De hecho, ni siquiera puede salvarse a sí mismo. Sobre todo porque es una actividad especializada sobre una base muy estrecha: las masas oprimidas viven sus propias vidas, de donde el arte está necesariamente separado y existe aparte.
Entonces, ¿qué puede hacer el arte, según Trotsky, según el marxismo? Puede expresar el sufrimiento del capitalismo donde la «intolerable exacerbación de las contradicciones sociales [...] se transforman inevitablemente en contradicciones personales», y por lo tanto expresa una tarea: la «necesidad cada vez más aguda de un arte emancipador» expresada por cada «obra verdaderamente creativa». El arte puede expresar una necesidad, pero no puede por sí mismo satisfacerla. Esta es la traducción de la famosa formulación marxista: que la sociedad burguesa en el capitalismo se encontraba en la encrucijada de «socialismo o barbarie»; o, como Trotsky lo puso: el arte, junto con la sociedad en general, inevitablemente se «pudrirá» bajo el capitalismo.
El ensayo de Clement Greenberg sobre «Vanguardia y Kitsch», publicado en la Partisan Review al año siguiente de las cartas de Trotsky sobre el arte, describía la barbarización del arte burgués en el capitalismo como su «alejandrismo». El arte en el capitalismo se volvió instantáneamente paralizado y, como tal, museificado, sobrellevando una paradójica existencia de no-muerto o solamente como un más allá espectral de su emancipación en la sociedad burguesa. Georg Lukács, en Historia y conciencia de clase, publicado el mismo año que Literatura y revolución de Trotsky, describió este mayor efecto en la sociedad como «reificación» o cosificación, como la «espacialización del tiempo», lo que Marx llamó la solidificación de la acción humana en el capitalismo bajo la forma del capital como «trabajo muerto», el cual domina al trabajo vivo. Greenberg describió la vanguardia como el intento de poner el alejandrismo en movimiento y, como tal, imitar los procesos del arte. El kitsch, dentro del cual Greenberg incluyó el realismo socialista, en contraste, imitaba a la vanguardia, pero exhibiendo un aparente valor atemporal, en oposición a la «superior conciencia de la historia» de la vanguardia. Esto tiene raíces en el propio marxismo, bajo la forma de la vanguardia política de la sociedad burguesa en el capitalismo. El marxismo se distinguió a sí mismo del resto de la cultura intelectual y política burguesas sólo por su conciencia histórica crítica, de su fugaz, efímero, momento específico, como Benjamin lo describió en sus «Tesis sobre la filosofía [o, concepto] de la historia», el «tiempo-ahora» (Jetztzeit) de necesidad revolucionaria que «[hace] saltar el continuo de la historia», a la cual se ajusta la cultura (la barbarie) de forma inevitable, como kitsch.
La aserción marxista de Trotsky de que el arte es «una protesta contra la realidad» está basada en el previo reconocimiento burgués de Kant y Hegel de que el arte, como Geistig o actividad espiritual, no busca expresar lo que es, no busca afirmar lo que existe, sino más bien expresar lo que debe ser, el potencial y posibilidad de cambio: el arte es la expresión de la libertad. La vanguardia de Greenberg expresa un fugaz potencial histórico de transformación que el kitsch obvia, descuidando la tarea de la libertad en favor de una naturalización atemporal del arte. Benjamin escribió en su ensayo sobre «El autor como productor» (1934) que la tarea de los artistas es enseñar a otros artistas. Como él mismo lo dijo: el artista que no enseña a otros artistas no enseña a nadie. Benjamin llamó a esto: «cualidad» artística; la cual distinguió de la «tendencia» política. Benjamin fue al extremo de manifestar que el arte no podría ser de la tendencia política correcta (socialista) si no llegaba a poseer una cualidad estética formal. Aquella cualidad tenía un valor principalmente educativo: demostraba y educaba la transformación potencial de la forma estética en sí misma, tanto para el espectador como para el productor.
El borrador de Adorno, publicado de manera póstuma, Teoría estética, el cual hace referencia a Literatura y revolución de Trotsky como un punto de partida clave para su propio enfoque, concluye con un criterio para juzgar el arte que vive en el capitalismo a pesar del hecho evidente de que incluso su derecho a existir haya sido perdido hace mucho tiempo: el arte es la «historiografía» del «sufrimiento acumulado». El legado esencial del marxismo para considerar la historia del arte moderno, especialmente como conciencia de la condición de emancipación socialista fallida del capitalismo formulada por Benjamin, Adorno, Greenberg y otros en la era de la crisis post-revolucionaria de la década de 1930, es este recuerdo del sufrimiento acumulado: el sufrimiento del potencial no realizado tanto del arte y como de la sociedad.
[1] León Trotsky, «El arte y la política en nuestra época», 1938.